martes, 24 de noviembre de 2015

PALITO MANTEQUILLERO

A Federico le gusta la profe Gabriela. Nuestra maestra de sexto grado no es como las anteriores, y no sólo por su sonrisa blanca ni porque usa pantalones a la cadera y zapatos de goma, sino por sus chistes malos de los que todos nos reimos en clase porque, de lo malos que son, son buenísimos.

Además siempre nos está hablando de lo que nos viene, o sea, la adolescencia, de que nos saldrán granos en la cara, de que a los varones les saldrá barba y a las niñas senos (algunas ya tienen), de que iremos a fiestas y empezaremos a criticarlo todo. Pero nos habla de eso, no como hablan los papás, que ponen un tono solemne, sacan un libro recién comprado y muestran el proceso de la polinización de las plantas y de cómo un perrito masculino conoce a una perrita femenina y se casan y viene el espermatozoide varón a la casa del óvulo hembra y un tiempo después nacen los perritos. NO, ella nos habla de la gente común y corriente, como ella, como nosotros.

A Federico le gusta la profe. Y a la profe le gusta Federico. No hay duda. Pasa mucho tiempo con él, le brillan los ojos en clase cuando interviene en Castellano y lee esos poemas que él escribe. Bueno, a mí también me brillan los ojos. Es que a mí, desde kinder, me gusta Federico. Y esto parece ya una telenovela de las que ve mi mamá a las 9 de la noche.

Fede y yo siempre hemos sido los mejores amigos del mundo. Jugábamos fútbol en el patio de recreo y nos contábamos los secretos de la clase, por ejemplo que Alejandra y Manuel estaban empatados, o que los papás de Raquel se divorciaron y por eso ella siempre salía llorando de la clase. Como los papás de Raquel estaban tan enredados en sus cosas, ni le celebraron cumpleaños, entonces nosotros dos creamos el plan XWZ: "Ayudemos a Raquel". Entre todo el salón y con la complicidad del profesor de inglés --la maestra de aquel entonces no era buena gente-- le hicimos una fiesta sorpresa con pastel de cumpleaños y todo. Raquel lloró mucho, pero se reía y lloraba y después de eso no volvió a llorar más en clase y jugaba con todos en el recreo.

Éramos tan amigos Federico y yo que nuestras mamás los fines de semana se ponían de acuerdo y un sábado una nos llevaba al Parque del Este y otra nos hacía un almuerzo el domingo o nos llevaba a la Galería de Arte Nacional (porque a nosotros nos gustaba meternos en "el penetrable" de Jesús Soto, que es una escultura de cuerdas que tú entras y es como una selva), y al Museo de Ciencias a ver los animales disecados. Mi preferido era el jaguar, el de él un venado triste.

Fede y yo siempre hemos sido amigos, dije. Claro, nosotros nunca hablamos de ser novios. Yo nunca le dije lo mucho que me gusta y que a veces, cuando la maestra habla de la adolescencia y del primer beso, pienso en Federico. Y lo imagino más alto y con su pelo negro más largo y con la voz gruesa y con su boca cerca de la mía, muy cerca.

Pero desde que entramos a sexto él se la pasa más con la maestra que conmigo. Desde hace dos semanas pasan todo el recreo hablando. Tienen un secreto, es un secreto de amor porque yo veo que Fede se pone muy rojo y después cuando se acerca a mí evita hablar del tema. Desde que empezó el año escolar no salimos los fines de semana. No me confía sus secretos cuando antes me lo decía todo. Y he oído a mi mamá hablar con la suya por teléfono: "Es de entender, son grandes, ya las cosas no son como antes", dice.

Lo que Federico no sabe es que el día que me quedé en la tarde en clases de flauta descubrí que la profe tiene novio. Vino a buscarla en esa moto dorada. Tiene el pelo catire y rizado y usa una chaqueta de cuero. Le gritó Gabriela y ella salió corriendo como tonta, como hacen las protagonistas de las telenovelas, todo muy cursi. Y él la besó en la boca y ella lo besó más. Y se fueron juntos y a ella su pelo largo y marrón clarito (como el mío) le volaba al viento. Pensé en Federico llevándome en una moto como esa a comer pizza o a mirar el atardecer en el mar allá en La Guaira.


Al día siguiente Federico leyó una poesía en clase. Hablaba justo de su cabello marrón clarito y que parecía un venado, ese venado triste que no volvió a ver más nunca en el Museo de Ciencias. A la maestra se le aguaron los ojos y a mí también. Fede me miró y se puso rojo. Yo creo que él sabe que yo sé lo mucho que le gusta la maestra. Pero sé que nunca me lo va a decir. Él es tan tímido como yo para esas cosas. Nunca ha tenido novia. Nunca le he podido sacar si la que le gustaba en cuarto grado, cuando empezó con lo de escribir poemas, era Alejandra, que en ese momento era novia de Ricardo, o Cristina, la grandota de quinto grado, que siempre andaba en minifalda y todos los varones estaban locos por ella.

En el recreo, Fede y la maestra se fueron al patio atrás. Yo traté de acercarme pero me daba pena estar de espía. Entonces vi que la maestra tenía una flor, no era una rosa, era una margarita, como las que a mí me gustan. El le dio un papel que ella leyó. La maestra sonrió como nunca, lo abrazó y le dijo --eso si lo oí-- que era un hombre hermoso, que él --así dijo-- se merecía todo el amor. Entonces le dio la margarita y lo besó en el cachete. Y le dijo que se fuera, que era tarde.

¿Será que Fede creció antes que yo y no me di cuenta? ¿Será que le llegó la hora de su primer beso y que será con la maestra? Recuerdo al hombre rubio de la moto y su chaqueta de cuero. Podría golpear muy fuerte a Federico que es flaco y debilucho. Debería decirle la verdad.

Quisiera ser un poco como la maestra Gabriela que siempre sonríe con su risa blanca. Claro, ella tiene los dientes mucho más bonitos que los míos que están todos torcidos. Los de ella son unos dientes para decirles poesías. No le tengo rabia porque es la mejor profe que hemos tenido. Nos cuenta cuentos de miedo sentados en el piso del patio y todos acurrucados y luego nos empieza a hacer cosquillas. Nos habla de la vida futura y no nos dice, como hacen los papás, que es un camino difícil y que debemos prepararnos para las adversidades. No, ella nos dice que la vida es una sorpresa, que siempre está dando regalos, pero que hay que aprender a verlos. Como cuando uno juega a "Palito Mantequillero", pero hay que saber ver y buscar y sólo así uno puede encontrarlo.

Entiendo por qué Federico ama a la profe. Y me da celos, pero no la odio, como las mujeres de las telenovelas que son rivales. Ella me cae bien, me parece buena gente, me encanta como se viste y esos zapatos con plataforma que usa son lo máximo. Además ella siempre me mira bonito y me felicita porque soy buena en matemática y asegura que yo de grande voy a dar de qué hablar en el mundo, porque seguro seré una científica inventora porque tengo talento para eso. No tiene celos de mi amistad desde kinder con Fede, más bien un día me dijo que le hubiese encantado tener un amigo varón en la primaria, pero ella estudió en un colegio de puras niñas.

Pero tampoco puedo engañar a Fede que allá viene, después de hablar con la maestra, con cara de bobo y la margarita en la mano. Quiero salir corriendo, pero tengo que enfrentarlo, decirle que la maestra tiene un novio más grande que él y que seguro pega fuerte.

Se acerca y me dice:
--Hola Eloisa
Y yo le digo "Hola Federico", no más y me pongo roja. No tengo agallas para entristecerlo. Como no las tuve aquella vez, en segundo grado, cuando murió el pez que él había traido para el acuario de la clase. Lo que hice fue comprar uno y sustituirlo y él nunca se enteró de que Efraín --así se llamaba su pez-- ya no era Efraín sino un otro sin nombre que lo suplantó. Yo creo que Fede sintió algo distinto porque empezó a decir que Efraín estaba últimamente muy activo, que parecía más joven y mejor dispuesto a ganarse su espacio entre los demás peces. Y es que Efraín, el verdadero, era como Fede y yo: tímido. Seguro que tampoco sabe bailar, ni canta porque desafina, ni es bueno para los deportes.

--Hola Eloisa --volvió a decir porque se quedó varado en el saludo.
--Ya se va a acabar el recreo --dije, por cambiar de tema.
--Es corto el recreo --respondió él y se quedó mirándome--. Él seguro sabe que yo sé lo del a maestra y no quiere hablar del tema. No le voy a decir nada. Aunque tengo que decirle la verdad verdadera.
--Yo hablé con la maestra Gabriela  --confesó.
--Sí, ¿de qué? --y pienso que es una pregunta tonta, pero ¿qué le digo?
--De ... amor --titubeó y se puso cien por ciento color rojo.
Yo me quedé callada y tuvo que seguir. Habló rápido, como si tuviera un cohete en la garganta.

--Ella dice que sí, que es mentira eso que dicen mis papás de que los niños no se enamoran y que como a los veinte años es que se empieza con eso. Ella dice que sí, que lo que tengo yo adentro es amor y que eso hay que decirlo. Ella me entiende y lo aprueba.

No quería seguir oyéndolo. Era ahora o nunca. Tenía que decirle lo del tipo de la moto, de sus botas vaqueras y que seguro era cinta negra en kárate. Pero no me dejó hablar:
--Yo pensé que sólo era por ese pelo marrón tan bonito, por todas las cosas que hablábamos, por esa complicidad en los recreos. Pero es más. Porque cuando pienso en el primer beso...

Lo imaginaba montándose en las escaleras del patio para darle el beso a ella que debe medir como uno setenta. Y que en ese momento llegara el tipo de la moto con su cara de matón.
--Eres muy chiquito --alcancé a decir para advertirle.
--Soy un preadolescente --me dijo seguro de sí mismo--. Y me dio el papelito.

--Léelo.
--No quiero --dije--. No quería saber más, no quería esa verdad.
--Yo te lo leo --dijo y no me dejó salir corriendo porque me agarró con una mano el brazo.
Y leyó el poema. Era hermoso. Hablaba de la belleza de su amada. De sus ojos, de sus manos, y sobre todo de su sonrisa. La maestra Gabriela debió sentirse muy feliz y por eso le dio la flor. Pero ella tiene novio y eso debe saberlo Fede.

--¿Qué piensas? --me preguntó--.
Y en ese momento él no estaba rojo, sino morado fucsia, casi parecía una bomba a punto de explotar de esas de las comiquitas.

--¿Qué pienso de qué? --le pregunto indiferente, porque no sé qué decirle, porque si le digo que la maestra tiene novio se va a poner muy triste. Y no quiero verlo triste.

--Del poema --responde y esconde los ojos.
--Pues que le debió gustar mucho a la maestra.
--¿A Gabriela? Sí, a ella le gustó mucho. ¿Y a tí?
--Bueno... sí, claro que me gustó --le respondo mientras pienso que tengo que contarle la verdad, que ella no se merece ese poema, aunque sea tan chévere y buena gente.

--¿Y entonces? --me pregunta y eso es el colmo, porque no sé qué quiere. Tengo que decirle. Pero no. Mejor no.
--Tienes razón en el poema --le comento.
--¿De qué? --me mira sin entender y se pone rojo.
--Gabriela es bonita. Y tiene una gran sonrisa.

Él me mira sin entender.
--¿Y eso qué tiene que ver con el poema?
Y ahora la que no entiende soy yo.

--Bueno, que Gabriela, la profe, sus ojos, su cabello, ya sabes... --digo nerviosa.

Entonces él acerca su dedo índice a mi boca para hacerme callar. Y antes de que él hable ya lo he entendido todo. Y quiero como saltar o meterme diez metros bajo tierra o dispararme en un cohete a la luna.

--Pero este poema es para tí.
Hubo un silencio.
--Pero los dientes de Gabriela son tan bonitos.
--Sí, pero la sonrisa más bella es la tuya --dijo.

Otro silencio. Y hubiese sido la oportunidad perfecta para el primer beso y las maripositas y elfinal de película. Pero no. Sonó el timbre para volver a clases.

--La profe me consiguió esta flor porque a ti no te gustan las rosas --me dijo y me dio la margarita.

Y le dio pena y a mi también porque siempre hemos sabido ser los mejores amigos del mundo. Ahora no sabemos qué somos.

--Yo ahora también voy a tener que hablar con la maestra Gabriela para que me ayude --le dije--. Agarré la margarita y el poema y salí corriendo. A lo lejos la profe sonreía y a lo mejor hasta tenía un poco de celos de mí porque nunca tuvo un amigo así como Fede. O un novio como Fede.

Cuento extraído del libro "Cuentos Prohibidos por la Abuela" de Mireya Tabuas

Dedicado a Josecitoes

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